junio 07, 2010

¿El del premio? En el día del Periodista argentino, un recuerdo al padre del Periodismo Moderno.


En tren de confesiones, hoy, mientras alguno se acuerda y me saluda por el día del periodista en Argentina (algunos saben por qué es hoy, otros porque se enteraron a través de los medios de comunicación, porque los periodistas queremos que todos sepan que el 7 de junio es el día del periodista, para que nos digan "¡feliz Día!"), no puedo dejar de recordar a alguien que conocí hace dos años y que murió el 29 de octubre de 1911.
Era una mañana de febrero, y hacía mucho calor... La que escribe estaba por cumplir un año más, y se estaba reponiendo de unas vacaciones muy muy locas... A pocos días de comenzar otra vez con el trajín del año en Buenos Aires, me fui a buscar literatura buena y barata por canje en una librería de Villa del Parque...
Lo que llevé me daba para agenciarme de un par de novelas rosas pasatista, y quedaba un margen de dos pesos a mi favor. Según palabras del librero.
Me dirigí por indicación del dueño del local a la mesa de saldos que nadie se quiere llevar, a juzgar por el precio de los volúmenes allí arrinconados. Un libro un peso...
Nada que valga la pena. Ni siquiera un peso... pero casi al final de la mesa vi algo que llamó mi atención: "Joseph Pulitzer, el creador de la Primera Plana". ¡Sin dudarlo lo tomé y me fui feliz a mi casita!
Empecé a leer, siendo absolutamente consciente de que nada sabía del personaje, y en ese momento tomando nota de lo raro que eso era, dado que estudié durante cinco años una licenciatura en periodismo, y que, obviamente, es asiduo mi trato con periodistas de uno u otro ramo de la profesión.
La historia del húngaro que llega a Estados Unidos cuando era todavía un adolescente, sin saber ni una palabra de inglés, sin tener dónde vivir, y sin tener un ingreso fijo me apasionó. A los tres años, el señor era abogado, y al poco tiempo debuta como cronista de un diario zonal. De allí, quien había resignado almuerzos y cenas a fin de poder pagar libros para instruirse, dio el gran salto y se consolidó como el inventor de la nota de tapa como la conocemos hoy todos los habitantes del mundo. Dueño y director de The World, Joseph Pulitzer era ya un empresario de la prensa que marcó tendencia. Criticado, y amado por los lectores, que no dejaban de preferir sus notas sensacionalistas a las aburridas y estiradas primeras planas de la prensa tradicionalista.
Curioso e inquieto como pocos, se dedicó también a la política, y de ese modo se enteró que la estatua de la Libertad que el pueblo de Francia le había obsequiado al pueblo de Estados Unidos estaba todavía en Francia porque el gobierno norteamericano no liberaba el dinero suficiente para erigir el pedestal necesario donde ubicarla…
¿Cómo podía permitir eso Pulitzer? ¡De ningún modo! Inició una cruzada desde su diario World, para que los lectores pusieran lo que pudieran de dinero y llegar de a centavos a los 100 mil dólares que se requerían para la construcción del pedestal.
Y allí, entonces, la indignación comenzó a ser mía. ¿Cómo podía ser que me estaba enterando de todo esto por el hecho azaroso de que en un verano caluroso, aburrida, fui a cambiar libros usados en una librería de saldos? ¿Cómo ningún profesor de facultad me informó jamás sobre este titán del periodismo?
Comencé a preguntar, desde esa lectura, a mis colegas, periodistas y docentes, sobre mi nuevo conocido, el señor Joseph Pulitzer. La respuesta jamás varió: “Sé que es el del premio, pero la verdad que no sé nada más”.
De allí pasé a cuestionar a estudiantes de la carrera, y la respuesta era la misma, cosa lógica si partimos de la base de que sus docentes tampoco sabían mucho.
Todos conocían a Truman Capote, y a Tom Wolfe… ¿Qué hubiera sido de ellos y de nosotros si no hubiera estado antes Pulitzer diciendo que un gato que hace que un pueblo se quede sin luz por meter la pata donde no debe es tan noticia como lo que sucede en el senado?
Pero lo que más me divertía, al tiempo que me indignaba, era que todos sabían de la existencia de los premios Pulitzer… Todos los periodistas soñamos con ganar uno, más en lo profundo de nuestro ser o más manifiesto, ese es un objetivo que todos querríamos alcanzar… Dinero y reconocimiento mundial entre los hombres de prensa.
Reconocimiento que no le estamos dando, al menos en el ámbito académico argentino, al propio Joseph Pulitzer.
Él, como autodidacta forzado, supo decir "la única profesión del mundo para la que no se necesita formación alguna es la de idiota; para todo lo demás hay que estudiar". Pero nunca olvidó que él no pudo pagarse ningún estudio. Por ello, cuando llega a la conclusión que para ser periodista había que ir a la universidad, tuvo presente la realidad de muchos jóvenes que, como él en su juventud, tal vez no podrían solventar sus estudios por problemas de dinero. Fue entonces que Pulitzer ofreció al presidente de la Universidad de Columbia, Seth Low, financiar la primera escuela de periodismo del mundo.
Los pruritos que suscitaba la nueva forma de hacer periodismo inaugurada por Pulitzer hicieron que su dinero no fuera aceptado. En 1902, ya con el nuevo presidente de la Universidad, Nicholas Murray Butler, se aprobó el proyecto de crear la escuela de periodismo y de ofrecer premios, a modo de beca, para todo aquel que se viera privado de estudiar por carecer de dinero.
Pero Pulitzer no llegó a ver a su propuesta ya hecha realidad. Sólo después de su muerte, los 2 millones de dólares testados a favor de la universidad permitieron que en 1903 se abriera la Columbia University Graduate School of Journalism (la escuela de periodismo), que sería una de las más prestigiosas del mundo, aunque ya no fuese la primera por haberse creado antes la de la Universidad de Missouri.
Hoy, en el día del periodista argentino, un recuerdo agradecido al padre del periodismo moderno. Al que conocí por azar. Y eso para mí, ya fue un gran premio.

mayo 19, 2010

Si no pagamos las deudas, nos van a cortar la luz (A propósito del Bicentenario)


Inicio este espacio en mayo de 2010. Mes y año en el que el país en el que nací cumple los primeros doscientos años desde que por vez primera dio un grito de independencia... Claro que el 25 de mayo de 1810 el grito de independencia fue bastante particular: eso la mayoría ya lo sabemos... Nos sentíamos independientes al tiempo que reconocíamos a Fernando VII como nuestra autoridad máxima. Casi como adolescentes o "jóvenes adultos" que se proclaman "grandes", pero que cuando hay problemas o "meten la pata" se escudan en el lugar de "todavía soy chico", para delegar en responsabilidades en un superior que se haga cargo... Pero ese no es el tema que quiero abordar hoy acá.
El tema, señoras y señores, del que voy a hablar es el Bicentenario. ¡Siiiiiií! El Bicentenario que tan nombrado es en Argentina desde, al menos, un par de años.
Desde hace un tiempo vengo oyendo y leyendo en infinidad de sitios (sobre todo académicos, de los que conozco varios), títulos de ponencias futuras, charlas, seminarios, conferencias, congresos (encuentros de diversos tipos, ¡bah!) referentes a los más diferentes temas. y todos ellos, se refieran a lo que se refieran, culminan de le misma manera, en dos versiones posibles: "a la luz del Bicentenario" (opción 1), o "rumbo al Bicentenario" (es la opción 2).
Y, visto y considerando que ambas opciones son el cierre de propuestas tan variadas, surgen en mi mente muchas preguntas.
¿Cuál es la "luz del Bicentenario"? ¿Alguien me puede dar una pista?
Lo pregunté varias veces, entre colegas docentes y colegas de profesión, y la respuesta fue precedida por una sonrisa socarrona...
La mayoría coincide en que suena a frase publicitaria que parece decir mucho pero, cuando reparamos más de un par de segundo en ella, nos encontramos con la sorpresa de que la aparente contundencia de las palabras se diluye con más rapidez que las ondas que provoca una piedrita al caer arrojada en un lago.
"Un slogan", responden mis colegas del mundo soberano de la Publicidad , "al que no le encuentro el concepto de comunicación". (Suele suceder eso cuando los que se ponen a escribir "slogans" no son publicitarios, y empiezan a ponerle el mismo slogan a cualquier producto... Ejemplo: ¿qué querría decir a su criterio la frase "el sabor del encuentro" si en vez de acompañar a una marca de cerveza rematara un comercial de una nueva fragancia de desodorantes corporales? La frase ¿querría decir lo mismo?... Y en un caso hipotético más extremo, ¿qué nos transmitiría el slogan "el sabor del encuentro" si fuera el cierre de un aviso que intenta vender pomada antihemorroidal?)
Un buen eslogan es una frase que se pone de moda. Pero, cuando algo que es moda pasa a ser de consumo masivo deja de ser distintivo y pasa a ser olvidable. O lo que es peor: se convierte en "un quemo".
En publicidad, el efecto último deseado que se intenta alcanzar con el slogan es, por cierto, la compra del producto o servicio a vender por parte del consumidor. Pero primero siempre el efecto buscado es captar la atención del público y fijarse en la memoria de la gente.
Por eso, si un slogan lo empiezan a utilizar los más diversos productos, la gente dejaría de asociarlo con la marca original y ya no surtiría ningún efecto deseado. Dicho de otro modo: un slogan que sirve para todo no sirve para nada.
Y hasta aquí, lo que pude dilucidar de la frase "a la luz del Bicentenario" interpretada como slogan.
“Todos los que quiere quedar bien con el Gobierno, por la razón que sea, se embanderan con la palabra Bicentenario”, me respondieron con todo de hartazgo varios colegas del Periodismo… Tan cansados como yo, dicho sea de paso, de leer y oír la palabra clave devenida en mantra del gobierno kirchnerista.
Coinciden muchos hombres de prensa en que, en la mayoría de los casos, los que titulan, sobre todo charlas y ponencias incluyendo la palabra que hoy analizamos, no tienen mucha idea de por qué la ponen, fuera de la razón estricta de calendario. ¡Señores, es 2010, y se cumplen doscientos años de la Revolución de Mayo! ¡Hagamos algo!...
(¿Tengo que ser yo quien les diga que los argentinos, sobre todo del mundo académico, consideran que juntarse en una universidad, museo, centro cultural o religioso o en un programa de televisión a “decir algo” es “hacer algo”?... Bien. Lo digo yo. Y me hago cargo, con la licencia que me da el pertenecer desde hace ya doce años como profesional titulada a la comunidad académica nacional.
Nobleza obliga: siempre hay excepciones que confirman la regla. ¡A Dios cantemos alabanzas!).
Y entonces se juntan a charlar del Bicentenario, con la ilusión de que hacen algo histórico, que suele terminar siendo el vago recuerdo de una charla llena de palabras rimbombantes, altisonantes, ampulosas, sazonada con citas de autoridad (siempre suma puntos citar a Séneca, Maquiavelo, Thomas Hobbes o Santo Tomás de Aquino, ¿se dio usted cuenta) y con anécdotas personales de los disertantes (eso deja en claro que el que habla ha vivido, y eso subraya su experiencia. Pero a veces la experiencia es sobre sus viajes personales o sus reuniones compartidas, no experiencias laborales).
En los casos que acabo de citar, no encuentro motivaciones políticas (al menos no de política partidaria). Simplemente es la reacción en cadena o de “efecto dominó” que suele ocurrir entre sectores que se dejan arrastrar por la ola más poderosa.
Y en el 2010, la ola poderosa por antonomasia en Argentina se llama: ¡Bicentenario!
Sin embargo, algo de cierto huelo en la opinión que ciertos sectores se suben a la ola con otros objetivos. Tanto académicos como políticos se ven tentados por “surfear” en el Bicentenario persiguiendo fines económicos o de consolidación de poder… Una ponencia en la facultad al docente se la pueden pagar extra, y un político la puede utilizar como plataforma de lanzamiento de su persona en un país que necesita de nuevos candidatos… Y todo esto no está mal. Lo que está mal es convocar a la gente para que presencie un encuentro que se anuncia como una oportunidad de refundación de un país que necesita de mentes brillantes para mejorar la calidad de vida de toda la nación, y que el encuentro termine convirtiéndose en un fiasco más en el que no se llega a ninguna conclusión que de paso a la acción. ¡Una pérdida de tiempo, señores! ¡Y a veces también de dinero! (Para los que asisten y hacen número para los que exponen y hacen su negocio. Ellos no pierden nunca, siempre ganan). ¡Hechos y no palabras! Eso sería una buena opción para conmemorar el Bicentenario.
Respecto a la opción dos (“Rumbo al Bicentenario”) les aviso que les queda muy pero muy poco tiempo para utilizarla. Una vez que llegue el sol del 25, ese título perderá actualidad. Salvo que empiecen a pensar en “El Bicentenario 2: El Regreso”, que se estrenará en todas las salas del país el 9 de julio de 2016.
Ahora, retomando el tema de “la luz del Bicentenario”, habría que definir de una vez y para siempre qué quieren decir con esa expresión.
Si se refieren a todo lo acontecido en el país desde 1810 hasta la fecha en los distintos quehaceres que hacen a la vida nacional, haciendo un repaso de ellos a fin de extraer una enseñanza histórica a manera de conclusión, eso está muy bien. Pero las conclusiones deben plasmarse en algún documento para que tengan algún tipo de entidad (“too lo que no está registrado en los papeles no existe” diría un abogado, “nunca pasó”, y a los fines históricos y legales tiene absoluta razón). Sólo así se podrá establecer un camino a seguir a partir de que Argentina cumpla sus primeros doscientos años, para que todos sus habitantes , nativos o por opción, puedan vivir mejor y se sientan orgullosos de su historia y tradición.
Cuando repaso la historia nacional, y comparo la Argentina del Centenario con mi Argentina actual, la luz del Bicentenario se me presenta demasiado mortecina como para iluminar algo. Todas las esperanzas de la nación del 1910 se enfrentan con una actualidad en la que demasiados argentinos tienen también demasiadas asignaturas pendientes.
La luz del Bicentenario Argentino ilumina una realidad en la que el nivel educativo y cultural ha decaído, en general, y el que hoy es egresado de una licenciatura escribe peor que el que sólo había cursado la primaria a mediados del siglo pasado. Da luz a un escenario en el que el narcotráfico se ha instalado y ofrece postales cotidianas en cada esquina. Donde docentes de todos los niveles hacen paro de actividades por reclamos salariales, y empleados del subterráneo dejan a la ciudad capital paralizada por internas sindicales. La luz del Bicentenario nos muestra a periodistas que nos acercan “el último videíto de YouTube”, al tiempo que dejan de lado temas de los que todos deberíamos estar informados. Rumbo al Bicentenario, los médicos no cuentan con herramientas para atender a sus pacientes en muchas regiones argentinas. Y si ese no es el problema, el problema otra vez es el sueldo y el tiempo que no tienen para atender a los enfermos, porque hay superpoblación de pacientes en las guardias de los hospitales. Y a veces, hay corte de energía, y en medio de una intervención quirúrgica, los médicos siguen operando a la luz de teléfonos celulares… Porque la Luz del Bicentenario a ellos no los ilumina.
Para el 2016, espero que estemos al día con los pagos de la energía eléctrica. Creo que para el 2010 Argentina viene atrasada, y por eso, la luz del Bicentenario está peligrando… Si no hacemos algo concreto, como pagar nuestras deudas, nos van a cortar la luz.